Hoy, les cuento que, en mi experiencia como maestra en los hogares, yo tuve la oportunidad de trabajar con niños y niñas, que estaban en la edad de 9 a 12 meses, y experimentaban el tránsito entre el arrastre, el gateo y la caminata. Y, mientras estaba sentada en el piso acompañando a los niños y las niñas, yo podía mirar cada ambiente, y yo podía comprender…¿cómo se ve?…y…¿cómo se siente?…cuando uno tiene la altura de, un niño o una niña, de 9 a 12 meses de edad, que está arrastrándose, está empezando a gatear, y, está aprendiendo a pararse, para caminar sujetándose de los muebles tamaño adulto.
Unos años después, yo tuve oportunidad, y, posibilidad de amoblar, con muebles tamaño niño o niña, el dormitorio, la terraza, y la sala – comedor de un departamento, y aunque, solamente, fue visitado por adultos, la experiencia y la creación de los tres ambientes del departamento, me sirvieron de modelo y guía, para el desarrollo de tres proyectos que, incluyeron el mobiliario, y la decoración, tamaño niño o niña, del salón de 3 años de edad de un nido, el cuarto de juegos de una casa, y los salones de 1, 2, 3 años de edad y la sala de juego de una guardería.
En el desarrollo del proyecto del departamento, y los proyectos del nido, el cuarto de juegos, y la guardería, yo pude experimentar, y, sobre todo, pude emocionarme personalmente, como una niña, recorriendo los ambientes de cada proyecto, con pisos anchos y largos, y paredes altas. Y, diseñando y creando, los muebles de madera, los sillones de espuma, y los accesorios de tela tamaño niño o niña, comprendí, y, de hecho, aprendí, la importancia que tiene crear y diseñar espacios a la altura de los niños y las niñas, y sus emociones.
Hablando de espacios, muebles y decoraciones, y hablando de emociones, y expresión de emociones, sabemos que, tanto los niños y las niñas, como los adultos, vivenciamos, experimentamos y resolvemos conflictos, relacionados con las mismas emociones, como son el miedo, la valentía, la tristeza, la alegría, la molestia, y el agrado. Y, sabemos, por vivencias y experiencias personales que, el cómo nos sentimos, y, el cómo actuamos, en un momento de miedo, por ejemplo, depende en una gran medida de hechos externos como pueden ser…¿en qué lugar estamos?…¿con quién o quiénes estamos?…y…¿qué estamos haciendo?…
En ese sentido, quienes vivimos en un país sísmico como el Perú, con plantas, animales, elevaciones, climas y suelos, tan variados, sin duda alguna, sabemos que es muy diferente, por ejemplo, experimentar el miedo a un temblor, en una casa en la costa, en la sierra o en la selva, de nuestro país, y, al mismo tiempo, esa experiencia de miedo es muy diferente, dependiendo, si estamos solos o si estamos acompañados, y, si estamos de día y despiertos, o, si estamos de noche y dormidos. Y, de manera más significativa y más sentida, esa experiencia de miedo es muy diferente para un niño o una niña, que se encuentra en un espacio diseñado y creado a tamaño adulto.
En mi caso, el miedo a los temblores es algo que he experimentado desde que tengo recuerdos, y, por aprendizaje con mi papá, cuando ocurría un temblor, estuviera donde yo estuviera, sola o acompañada, de día o de noche, y, despierta o dormida, lo primero que necesitaba o me interesaba hacer, era buscar el camino a la salida. Sin embargo, la primera vez que, como practicante, vivencié y experimenté un temblor en el comedor del centro educativo inicial, donde practicaba, junto con 6 profesoras y 5 practicantes, y con 240 niños y niñas, aproximadamente, tuve que variar mi actitud y mi conducta, priorizando la seguridad y la protección de los niños y las niñas, a nuestro cargo.
Es entonces que, desde mi experiencia como practicante, y después como profesora, a cargo de los niños y las niñas, comprendí, y, aprendí, y, hoy, les transmito que, como adultos necesitamos y corresponde nos interesemos, en mirar la realidad a nuestro alrededor, desde la altura de los niños y las niñas, sabiendo que, las emociones son reacciones a los estímulos del ambiente. Y, como reacciones propias y variables, en el caso de niños y niñas, con acompañamiento responsable de los adultos, pueden ser natural y libremente reconocidas, expresadas y comunicadas, e, incluso, todo conflicto, que, eventualmente, originan en el comportamiento, la actitud, y la conducta, de niños y niñas, pueden ser resueltos de una manera sana y saludable.